El olor de Córdoba
FUENTE: DIARIO CÓRDOBA 23/04/2009 ANTONIO Gázquez
Las ciudades son seres vivos de difícil clasificación como todo lo complejo. Y como todo organismo, tiene unas señas de identidad por las que se da a conocer y se hace diferente a otras de sus congéneres. Aunque hoy día esos signos distintivos se van perdiendo o se van homogeneizando, de tal forma que, en ocasiones, cuando vamos de una ciudad a otra no cambia el paisaje urbano y menos, el sensorial.
Hace unas décadas, las ciudades y los pueblos olían y se escuchaban de manera particular, todo lo contrario a lo que está ocurriendo en la actualidad, donde huelen a hamburguesas, a hot dog , a mostaza, a fast food , a chapapote saliendo por los tubos de escape.
La historia nos ha dejado descripciones de los olores de la ciudades, aunque fuesen desagradables, tales como el París del dieciocho, que olía a estiércol de caballo, o ese olor a ajo de venta cervantina en La Mancha castellana, o el mismo olor a muchedumbre en la Santiago medieval que dio origen al botafumeiro.
Pero acercándonos más a nuestro nuestros días, he vuelto a sentir ese olor que lleva nuestra ciudad de Córdoba como sello de identidad. Ese olor que muchos de fuera se lo llevan consigo y hasta me lo han comentado en alguna ocasión: las calles en primavera huelen a azahar. Posiblemente se tenga uno que marchar durante un tiempo para volver a reconocer ese olor a azahar de sus calles, que en tiempos de Pasión, Muerte y Resurrección se acompaña de cera e incienso. El olor a azahar de sus callejuelas, de sus plazas, lo tengo incrustado en la memoria como una parte más de la ciudad natal. Posiblemente Córdoba tenga ese sello que la distingue de cualquiera otra ciudad. Le invito al lector a que, cuando visite otra ciudad por cualquier circunstancia, intente distinguir ese olor propio de la ciudad, posiblemente no lo encuentre, sin embargo en Córdoba lo encontrará como un hecho tan tangible que le embriaga la pituitaria.
Ha sido en estas pequeñas vacaciones de Semana Santa cuando he percibido ese olor de sus calles, que a veces es interrumpido por otro, también característico de esta época: el humeante vaso de caracoles. Y a todo ello se le suma otro que explosionará como el clavel reventón que cuelga de las macetas de sus patios. Otros olores que se difundirán por esos barrios viejos en nostalgia y sabiduría.
* Profesor
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